Un equipo de paleontólogos del Museo Nacional de Historia Natural del Smithsonian ha revelado el hallazgo de un fósil de pterosaurio en Arizona que podría cambiar lo que sabíamos sobre los primeros reptiles voladores. Se trata de Eotephradactylus mcintireae, una especie hasta ahora desconocida que vivió hace unos 209 millones de años, a finales del periodo Triásico. Este fósil es el más antiguo conocido fuera de Europa y abre una nueva ventana sobre la evolución de estos enigmáticos animales prehistóricos.
El hallazgo tuvo lugar en el Parque Nacional del Bosque Petrificado, en la formación geológica conocida como Miembro Owl Rock, cerca de Kayenta, en una zona poco explorada. La pieza clave es una mandíbula fosilizada, descubierta por Suzanne McIntire —voluntaria homenajeada en el nombre científico de la especie—, y analizada por el paleontólogo Ben Kligman y su equipo.
El Eotephradactylus era un pterosaurio de pequeño tamaño, comparable al de una gaviota actual. Por sus características anatómicas, los científicos estiman que podía posarse cómodamente en el hombro de una persona y que probablemente se alimentaba de peces. Su morfología sugiere que vivió en un entorno semiárido que, durante el Triásico, formaba parte de Pangea, el gran supercontinente ubicado sobre el ecuador, que posteriormente fue cubierto por una gran inundación. Esta catástrofe natural ayudó a preservar los restos de muchas criaturas que quedaron enterradas en lo que hoy es un valioso lecho de huesos.
El yacimiento donde se descubrió este reptil también ha revelado una asombrosa mezcla de especies: desde anfibios gigantes y parientes de cocodrilos acorazados hasta algunas de las primeras ranas, tortugas primitivas y otros pterosaurios. Según Kligman, este sitio representa una etapa de transición en la historia evolutiva, ya que allí convivieron especies antiguas, muchas de las cuales no sobrevivieron al final del Triásico, con grupos emergentes que dominarían el Mesozoico.
Entre los fósiles encontrados destaca también una tortuga acorazada con caparazón espinado, muy similar a otras descubiertas en Alemania. Este hallazgo apunta a que algunas especies, a pesar de su tamaño y lentitud, lograron dispersarse rápidamente a lo largo de Pangea, reafirmando la idea de una fauna más conectada de lo que se creía.
La importancia de este descubrimiento radica en que cubre un vacío crucial del registro fósil, justo antes de una de las mayores extinciones masivas de la historia del planeta. Además, refuerza la idea de que los pterosaurios tuvieron una distribución geográfica más amplia desde tiempos muy tempranos y que no estaban limitados solo al territorio europeo, como se pensaba hasta ahora.