Gusanos que devoran plástico: la inesperada esperanza para salvar al planeta

En medio de una crisis ambiental creciente por la acumulación de plásticos en ecosistemas y ciudades, una sorprendente solución natural ha emergido desde los laboratorios de Europa y Canadá: la saliva de los gusanos de cera. Estos diminutos insectos, comúnmente asociados con las colmenas y la apicultura, han demostrado una capacidad sin precedentes para descomponer el polietileno, el tipo de plástico más producido y persistente del mundo.

Este fenómeno fue descubierto en 2017 por la investigadora española Federica Bertocchini, quien también es apicultora. Al almacenar unos gusanos de cera (Galleria mellonella) en una bolsa plástica, notó que los insectos comenzaron a perforarla y alimentarse del material. Lo que parecía un comportamiento casual se transformó en un hallazgo de enorme relevancia científica. Posteriores investigaciones revelaron que no se trataba solo de una digestión mecánica: en su saliva existen enzimas capaces de iniciar el proceso de oxidación del polietileno, algo que usualmente toma décadas o siglos en condiciones naturales.

En 2022, el equipo de Bertocchini identificó dos enzimas específicas en la saliva del gusano: Demetra y Ceres, pertenecientes a la familia de las fenol oxidasas. Estas enzimas tienen la sorprendente capacidad de descomponer el polietileno a temperatura ambiente, sin necesidad de luz ultravioleta ni procesos térmicos previos. Este punto es fundamental, ya que la oxidación —primer paso en la biodegradación del polietileno— ha sido durante décadas uno de los mayores desafíos técnicos en el reciclaje y tratamiento de plásticos.

Este descubrimiento fue respaldado por análisis de espectroscopía RAMAN que confirmaron alteraciones en las estructuras químicas del plástico tratadas con la saliva del gusano. El estudio observó la formación de grupos carbonilo e hidroxilo, lo que indica un proceso real y eficiente de oxidación del polímero.

Paralelamente, el profesor Bryan Cassone, de la Universidad de Brandon en Canadá, ha liderado estudios para entender en profundidad cómo estos gusanos degradan y metabolizan el plástico. Sus investigaciones encontraron que unos 2,000 gusanos pueden descomponer una bolsa completa de polietileno en apenas 24 horas. A nivel biológico, los gusanos convierten los residuos plásticos en lípidos que almacenan como grasa corporal. Sin embargo, una dieta exclusivamente plástica los debilita rápidamente y acorta su vida, lo cual obliga a los investigadores a buscar dietas complementarias que permitan su crianza saludable y sostenible.

Las aplicaciones de este hallazgo se proyectan en dos grandes vías. La primera, consiste en criar masivamente gusanos de cera dentro de un sistema de economía circular que combine la digestión del plástico con residuos orgánicos o fórmulas nutricionales especiales. La segunda, aún más prometedora, apuesta por aislar y escalar la producción de las enzimas descubiertas para aplicarlas industrialmente en procesos de biodegradación plástica sin necesidad de los insectos.

El verdadero valor de estas enzimas radica en su eficiencia sin pretratamientos y su acción a temperatura ambiente, lo cual supone un avance radical frente a los métodos actuales de reciclaje mecánico o químico. Mientras el reciclaje tradicional se ve limitado por la calidad del material procesado y el alto costo energético, estas enzimas ofrecen una alternativa limpia, rápida y económicamente viable.

Este descubrimiento abre una nueva etapa en la lucha contra la contaminación por plásticos. La posibilidad de descomponer el polietileno —que representa cerca del 30% del total de plásticos producidos en el mundo— en cuestión de horas representa un cambio de paradigma. Además, plantea interrogantes fascinantes sobre el potencial de otros insectos y sus secreciones como fuentes biotecnológicas para enfrentar los grandes problemas ambientales del siglo XXI.

Más allá de los laboratorios, la investigación con gusanos de cera y sus enzimas ofrece una señal esperanzadora en un mundo ahogado en residuos. La naturaleza, una vez más, nos recuerda que muchas veces las respuestas más eficaces están en sus procesos más sencillos.

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