Un nuevo estudio científico ha revelado con gran detalle cómo la civilización maya afrontó prolongadas sequías durante su periodo de declive. A partir del análisis de una estalagmita extraída de las grutas Tzabnah, en el noroeste de Yucatán, investigadores de la Universidad de Cambridge, en colaboración con la Universidad Nacional Autónoma de México, lograron reconstruir los niveles de lluvia en las temporadas húmedas y secas entre los años 871 y 1021 de nuestra era.
El registro, publicado en la revista Science Advances, coincide con el llamado periodo clásico terminal, una etapa marcada por tensiones políticas y el descenso de la actividad constructiva en ciudades como Chichén Itzá y Uxmal. En esos 150 años, el equipo identificó ocho sequías severas durante la temporada húmeda, la más extensa de ellas de 13 años consecutivos —aproximadamente entre 929 y 942—. Otro episodio crítico comenzó en 894, con cuatro años de escasas lluvias interrumpidos por un breve repunte, seguido de cinco años más de sequía.
El investigador principal, Daniel James, destacó que este es el primer registro climático con resolución estacional para este periodo, lo que permitió establecer la duración exacta de las sequías y compararlas con la evidencia arqueológica. Los resultados muestran que, aunque la escasez de agua no explica por sí sola el colapso maya, sí fue un factor de gran peso que afectó la producción agrícola y obligó a priorizar la supervivencia sobre la construcción de monumentos.
El impacto de estas sequías no fue uniforme. Las ciudades-estado mayas reaccionaron de manera distinta según sus recursos y redes comerciales. Centros con mejor acceso a intercambios, como Chichén Itzá, resistieron más tiempo antes de ser abandonados. Esto refuerza la idea de que el colapso fue el resultado de una combinación de factores, incluyendo guerras, cambios en las rutas comerciales y crisis internas, agravados por el estrés climático.
Las estalagmitas resultaron clave en esta investigación gracias a su capacidad para registrar, capa por capa, la composición isotópica del agua de lluvia que las formó. Estos datos, imposibles de obtener con igual precisión en sedimentos lacustres, ofrecen un panorama año por año de las condiciones climáticas y permiten datar con exactitud cada episodio de sequía.
Los investigadores planean continuar el estudio correlacionando estos registros con la evidencia arqueológica de distintos sitios, con el fin de entender mejor cómo cada ciudad maya enfrentó los desafíos impuestos por un clima cada vez más adverso.