Día de Muertos en México: memoria, tradición y colores que conectan vivos y muertos

Por Juan Pablo Ojeda

 

Con la llegada de noviembre, México se sumerge en una de sus tradiciones más emblemáticas: el Día de Muertos, celebrado el 1 y 2 de noviembre, donde la vida y la muerte dialogan a través de colores, aromas y rituales que llenan calles, hogares y panteones de flores, veladoras e incienso. Esta festividad, reconocida por la UNESCO como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad desde 2008, es un puente entre generaciones y una conversación constante con quienes ya partieron.

El origen de esta celebración se remonta a civilizaciones prehispánicas como la mexica, zapoteca y purépecha, que rendían homenaje a los difuntos con ofrendas y rituales agrícolas, entendiendo la muerte como una etapa más dentro del ciclo de la vida. Con la llegada de los españoles, estas creencias se fusionaron con las tradiciones católicas del Día de Todos los Santos y el Día de los Fieles Difuntos, creando una celebración sincrética que perdura hasta hoy.

El altar de muertos, o ofrenda, constituye el núcleo de la festividad. Cada elemento tiene un significado: el agua simboliza la pureza del alma, el pan de muerto el ciclo de la vida y la muerte, la sal actúa como purificación y las flores de cempasúchil marcan el camino de regreso de los espíritus. Fotografías, platillos favoritos y copal orientan al espíritu y evocan la memoria de los seres queridos.

En numerosas comunidades, los panteones se convierten en espacios de convivencia: las familias limpian tumbas, colocan flores, encienden velas, rezan, cantan y comparten comida. En lugares icónicos como Janitzio en Michoacán o Mixquic en la Ciudad de México, las procesiones iluminadas por cientos de velas crean un espectáculo místico que atrae visitantes de todo el mundo. En Oaxaca, los altares comunitarios y las comparsas llenan las calles de música y arte popular, mientras que en el norte del país se mantienen las visitas al panteón y las ofrendas florales.

En las grandes ciudades, la tradición ha adoptado nuevas formas. Desde 2016, el Desfile de Día de Muertos en la Ciudad de México, inspirado en la película Spectre, se ha consolidado como un evento multitudinario que combina cultura, arte y espectáculo. Sin embargo, más allá del atractivo turístico, el sentido íntimo de la festividad persiste en cada vela encendida y cada altar doméstico.

Entre los íconos más reconocidos está La Catrina, reinterpretada a partir de la obra de José Guadalupe Posada, símbolo de la muerte que se celebra y se divierte entre los vivos. Esta figura representa la crítica social y la identidad cultural mexicana, recordando que el Día de Muertos no exalta la tragedia, sino la belleza de recordar.

Cada año, escuelas, instituciones y comunidades promueven altares, tapetes de aserrín y calaveritas literarias, reforzando el sentido cultural de la fecha. La memoria se convierte en resistencia frente al olvido, un acto de amor que mantiene vivos a quienes partieron. Mientras alguien encienda una vela o pronuncie un nombre, el vínculo entre vivos y muertos permanece intacto, reafirmando la identidad mexicana y la certeza de que el amor y el recuerdo superan a la muerte.

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