Coca-Cola lanzará este otoño en Estados Unidos una versión de su bebida insignia endulzada con azúcar de caña, dejando atrás —al menos en parte— el controvertido jarabe de maíz alto en fructosa (JMAF) que ha caracterizado su fórmula durante décadas. El anuncio, que forma parte de una estrategia de diversificación de productos, llegó justo después de que el expresidente Donald Trump asegurara haber negociado personalmente el cambio con la compañía.
“Será una buena decisión por su parte, ya lo verán. ¡Simplemente es mejor!”, publicó Trump en su red Truth Social. Aunque Coca-Cola no confirmó una relación directa con esa declaración, sí adelantó que la nueva fórmula ofrecerá “una alternativa más” dentro de su portafolio en respuesta a “las preferencias de los consumidores”.
Muchos estadounidenses ya prefieren la llamada Coca-Cola mexicana, famosa por su sabor más “natural” y por estar hecha con azúcar de caña, algo habitual en otros países de América Latina. Pero ¿es este cambio realmente significativo desde el punto de vista nutricional y de salud?
¿Qué diferencia hay entre el azúcar de caña y el jarabe de maíz?
Ambos edulcorantes aportan prácticamente la misma cantidad de calorías. La sacarosa, el nombre químico del azúcar de caña, está compuesta por una molécula de glucosa y una de fructosa unidas. El JMAF, en cambio, contiene esas mismas moléculas, pero sueltas. Esa pequeña diferencia química puede hacer que el cuerpo absorba el JMAF más rápido, lo que, en teoría, genera un impacto mayor en el metabolismo.
El jarabe de maíz alto en fructosa se popularizó en EE.UU. en los años 80 cuando el gobierno impuso restricciones a las importaciones de azúcar, elevando su precio. El maíz, en cambio, era abundante y barato, por lo que el jarabe se convirtió en el endulzante dominante en refrescos, panes, galletas y hasta productos lácteos procesados.
¿Es más sano usar azúcar de caña?
La ciencia aún no ofrece una respuesta concluyente. Ambos tipos de azúcar pueden ser perjudiciales para la salud cuando se consumen en exceso. Numerosos estudios han vinculado el consumo regular de refrescos azucarados con diabetes tipo 2, obesidad, enfermedad hepática y problemas cardiovasculares.
Sin embargo, algunos estudios apuntan a que el JMAF podría tener efectos más nocivos. Una investigación de 2022 encontró que el consumo elevado de JMAF estaba asociado con mayor acumulación de grasa en el hígado y mayor resistencia a la insulina. Otro estudio señaló que este jarabe incrementa ligeramente los niveles de proteína C reactiva, un marcador de inflamación crónica.
Pero estos hallazgos aún son preliminares y muchos otros estudios no han hallado diferencias significativas entre ambos azúcares en cuanto a su impacto metabólico. En resumen, el problema no es tanto el tipo de azúcar, sino la cantidad que se consume.
¿Un cambio político o comercial?
El anuncio ha provocado reacciones encontradas. Por un lado, algunos sectores de salud pública celebran que se cuestione el uso del JMAF. Por otro, la industria del maíz teme grandes pérdidas económicas. Según la Asociación de Refinadores de Maíz, eliminar el jarabe de maíz alto en fructosa podría significar una caída de 34 centavos por bushel en el precio del maíz y una pérdida de más de 5 mil millones de dólares para los agricultores.
El tema también ha avivado el debate político. El secretario de Salud de Trump, Robert F. Kennedy Jr., ha sido uno de los principales críticos del jarabe, al que llama “una fórmula para volverte obeso y diabético”, lo que ha causado fricciones con comunidades agrícolas tradicionalmente cercanas al partido republicano.
¿Qué significa para los consumidores?
En la práctica, el sabor podría cambiar ligeramente, lo que tal vez atraiga a quienes ya prefieren la Coca-Cola mexicana. Pero en términos de salud, no hay evidencia suficiente para decir que será una opción más saludable, si se mantiene el mismo contenido total de azúcar.
Los expertos coinciden: lo importante no es si el azúcar proviene de caña o de maíz, sino reducir el consumo total de azúcares añadidos. Cambiar la fórmula puede ser un gesto simbólico o de marketing efectivo, pero beber menos refrescos azucarados sigue siendo la mejor decisión para el bienestar.