Con el cierre del año legislativo y el arranque de los trabajos de la Comisión Permanente, la presidenta de la Cámara de Diputados envió un mensaje que mezcla política, responsabilidad pública y una advertencia clara: las reformas que vienen, especialmente la electoral, no pueden hacerse a las prisas ni en lo oscurito.
En un tono firme pero conciliador, la legisladora subrayó que el Congreso no está para ganar pleitos políticos, sino para resolver los problemas reales de la gente. Explicado en sencillo: diputadas y diputados representan a millones de ciudadanos y esa representación implica actuar con ética, respeto y altura de miras, incluso cuando el debate sea duro o esté cargado de polarización.
La apertura de la Comisión Permanente, integrada por diputadas, diputados, senadoras y senadores, marca una etapa clave para mantener activo al Poder Legislativo mientras el pleno entra en receso. Desde la Mesa Directiva, dijo, la apuesta es clara: micrófonos abiertos, debate respetuoso y propuestas en positivo. No se trata de evitar las diferencias, sino de procesarlas sin violencia política ni imposiciones.
En medio del mensaje, la presidenta de la Cámara hizo un paréntesis humano: deseó a las familias mexicanas un cierre de año seguro, carreteras tranquilas y vacaciones sin sobresaltos. Pero dejó claro que eso no es un gesto simbólico, sino parte de la responsabilidad del Estado: la política pública debe generar seguridad, prosperidad y mejores condiciones de vida, no discursos vacíos.
El tema de fondo apareció pronto: la reforma electoral. Desde su posición, la diputada fue tajante al rechazar los fast track, los albazos legislativos y cualquier intento de debilitar instituciones. En palabras simples, advirtió que cambiar las reglas del juego sin escuchar a todos es un error que puede salir caro. Las reglas electorales, dijo, no deben favorecer a unos ni aplastar a otros, sino garantizar pluralidad, respeto al voto y que el poder lo tenga quien decidan los ciudadanos.
Por eso insistió en la necesidad de un parlamento abierto, donde participen expertos, partidos, academia y organizaciones civiles. Hacerlo rápido y sin discusión sería, afirmó, un acto lamentable para la historia democrática del país. La reforma electoral, recordó, impacta a más de 130 millones de personas y no puede construirse desde una sola visión.
También puso sobre la mesa una preocupación clave que suele quedar fuera del debate público: el verdadero enemigo de la democracia no son los partidos, sino el crimen organizado. La prioridad, sostuvo, debe ser impedir que los delincuentes metan las manos en los procesos electorales, definan candidaturas o influyan en gobiernos municipales. Si la reforma no sirve para eso, advirtió, se estaría fallando en lo esencial.
En un contexto internacional marcado por el avance y retroceso de derechas e izquierdas, la presidenta de la Cámara recordó algo básico pero fundamental: ningún partido ni gobierno es eterno. Eso, dijo, se llama democracia. Y todo lo que México ha construido —instituciones electorales, partidos plurales, procesos confiables— costó décadas de lucha ciudadana, por lo que no puede ponerse en riesgo por decisiones apresuradas.
El mensaje cerró con una promesa política clara: desde la presidencia de la Cámara, el micrófono seguirá abierto, el debate no se dará desde la silla del poder, sino entre legisladores, y la transparencia permitirá que la ciudadanía sepa quién está de su lado y quién no. En tiempos de polarización, el Congreso se juega algo más que una reforma: se juega la confianza democrática del país.
