Cada año, las enfermedades transmitidas por mosquitos causan millones de muertes e infectan a casi 700 millones de personas, según estimaciones de la Organización Panamericana de la Salud. Esta cifra alarmante refleja una crisis de salud global que se intensifica debido al cambio climático, la urbanización descontrolada y la interconnectedidad global. Aunque existen más de 3,500 especies de mosquitos, solo las hembras de ciertas variedades —como Aedes aegypti— actúan como vectores de patógenos letales, transmitiendo dengue, chikungunya, zika y fiebre amarilla.
La conmemoración del Día Mundial del Mosquito el 20 de agosto —establecida en honor al médico británico Sir Ronald Ross, quien descubrió el vínculo entre mosquitos hembra y la malaria en 1897— adquiere hoy más relevancia que nunca. El World Mosquito Program busca redefinir esta fecha para destacar la urgencia de innovar en la prevención. El año 2024 marcó un hito sombrío: con más de 14 millones de casos reportados y aproximadamente 12,000 muertes, el dengue experimentó su peor brote registrado a nivel global. Hasta ahora, 2025 no muestra signos de mejora, con 3.6 millones de casos y 1.9 millones de muertes notificadas en 94 países, especialmente en regiones del Pacífico como Samoa, Fiyi y Tonga.
Los síntomas de estas enfermedades —fiebre, dolor corporal generalizado, náuseas, cefalea intensa y dolor detrás de los ojos— suelen subestimarse o confundirse con infecciones virales comunes. Sin embargo, su impacto puede ser devastador, causando discapacidad temporal o secuelas permanentes en sistemas corporales vitales. El calor corporal y los compuestos químicos que emanan los humanos y animales atraen a las mosquitas hembras, que requieren sangre para madurar sus huevos. Una sola picadura de un ejemplar infectado puede desencadenar un ciclo de transmisión comunitaria.
Frente a este escenario, herramientas tradicionales como la nebulización o fumigación resultan insuficientes. El alargamiento de las temporadas de transmisión debido al aumento de temperaturas exige estrategias integradas que combinen vigilancia epidemiológica, colaboración ciudadana e intervenciones biotecnológicas. La participación comunitaria es crucial: eliminar criaderos de agua estancada, usar repelentes y mosquiteros, y reconocer síntomas tempranos pueden salvar vidas.
La lucha contra estos vectores requiere una respuesta coordinada a escala global. Como advierte el World Mosquito Program, la prevención del futuro dependerá de la capacidad de las naciones para unirse, innovar y empoderar a las comunidades frente a un enemigo que, aunque minúsculo, representa una de las mayores amenazas para la salud pública del siglo XXI.